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Algunas veces soy eso que la gente dice, otras no.-

jueves, 5 de septiembre de 2019

En búsqueda de anhelos

 Suelen decir que las pérdidas nos dejan algún aprendizaje, y así lo creí cuando, en un arrebato de torpeza, olvidé mi notebook en un remis. Allí se almacenaba un pedazo de mi vida: fotos, un libro a medio arrancar, vídeos, recortes de pensamientos, canciones, ideas, sueños. Una parte de mi cofrecito al cual solía recurrir en aquellos momentos en los que deviene la oscuridad al alma.
 Pasado el duelo de aquel tremendo desgarro emocional -que implicó despojarme de un puñado de años, desvanecidos como burbujas en el cielo-, emprendí el camino hacia una reconstrucción interior. Me convencí entonces, que aquello había sido por algo, que debía librarme de algunas memorias y que, en realidad, lo que el corazón abriga vale más que unos píxeles en mis pupilas. Sé perfectamente que muy dentro de mi alma, aquellos instantes se preservan nítidos y a color, tienen la capacidad de arrojar descargas eléctricas al aletargado vaivén de mi sangre, erizar mi piel como roce de pluma suave, e incendiar mi estómago caballo de troya, tal como en el momento exacto en que ocurrieron.
 Sin embargo, una tarde distraída pasa por alto mi pacto interno entre Mc y Mc, en el cual ambas decretamos al duelo como "superado", y me envía sin antelación una misiva informativa, la cual me recordaba un preciado obsequio que me había sido arrebatado en aquel desgarro, quizás uno de los más importantes que ese artilugio de la tecnología pudiera albergar, algo que para cualquiera podría valer poco menos de unos centavos y para mi valía el mundo: un cover de la canción "blackbird" de los Beatles (que después de aquel cover, por supuestamente pasó a ser una de mis favoritas), regalo de mi querido Cecé luego de un sentido intercambio de baladas virtuales, cuando la distancia era nuestra única opción de contacto.
 ¡No me había percatado de aquella pérdida tan atroz! Me sangraba el corazón. ¿Cómo es que mi insensatez no me permitió atesorar en el infinito ciberespacio aquel tesoro? Era una chispa de Edén con su sonrisa al son de los arpegios, una frase burlona de cierre y su característico gesto de la lengua echada hacia el costado, tal vez menos de cinco minutos gloriosos que me sabía de memoria (recordaba hasta incluso la interrupción por el ruido de una nariz moquienta en medio de la hazaña). Aún así, a pesar de poder evocar perfectamente su inicio y su desenlace, necesitaba tenerlo conmigo, para darle replay una, y otra, y otra vez, como lo ha sido incontables veces durante estos cuatro años, sin cansancio ni hartazgo. Porque él era mi mantra, mi lugar feliz, mi recuerdo favorito, mi amor infinito, mi anhelo inconcluso.
 Como suele suceder en mi cotidianidad, los momentos de luz siempre proceden a mi torpeza, y en una total encandilada de campanita, comprendí que había un cofre inmaculado de nuestros suspiros, abierto y nunca alterado, en nuestro espacio por excelencia, el escenario de tantas videollamadas, donde inició la travesía de los poemas, las canciones, los miedos y las alegrías compartidas, el querido Facebook de nuestros sueños, un chat al que yo no le había corrido ni una coma, ni un espacio ni un enter. Tan solo bastó con buscar en la conversación "Beatles" y voilá! El preciado video. Una mísera de tiempo -lo que dura un suspiro-, menos de la canción original, sin canto, tan solo arpegios, pero con magia, puesto que contaba con sus ojos, su sonrisa, y si bien intangible a la vista humana, pero totalmente perfectible a los ojos del corazón, en él se podía observar todo el amor que Cecé me supo dar, con la capacidad de atravesar la pantalla y abrazarme, incendiar mi piel tal como la primera vez que lo vi.

 Imponente y aterrador.
 Inexplicable, como mi amor por él.

 Soy una persona que tiene memoria de elefante para albergar en mi yoga interno instantes así. Nada podría liberar el espacio de almacenamiento donde se archiva ese video, pero el haberlo recuperado, hacerlo mío una vez más, conectar con ese Cecé de 22 años, tan distinto y tan igual, tan él para mi, es una sensación tan pacífica como la espuma de mar que arruga mi nariz cada dichoso verano (que también, de paso, escenario del primer acto).
Refrescante, dulce y amena sensación.
Como su paso en mi vida.


 Soy Mc.-

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