En el entreverado de polvo, libros y recuerdos de mi
habitación, me tropiezo con uno pequeño, pero muy querido. Se trataba de una mínima
porción de lo que alguna vez fue una hermosa flor, regalo de Cecé en un paseo
por las piedras de las costas de Brasil.
Una musiquita de las miles que colorearon mi vida en su
nombre.
Un pedacito del cielo que construyó en mi horizonte.
Esa noche, me veo envuelta en un insomnio que me desacomoda,
similar a aquellos que hace dos años me encontraban a su lado. En un principio,
con la playa como escenario, ambos abrazándonos bajo la luna, siendo dos almas
en una. Luego y tristemente, ya a 888 km de distancia (según él buscó en
Internet), pero con el recuerdo ardiente de una cicatriz que seguía latiendo
muy dentro nuestro.
A veces no entiendo por qué estos giros de órbita no han
hecho justicia al abismo que se ha creado entre él y yo. Ello debería haberme bastado, como también el conjunto de amores pasados y tantos buenos ratos en otros brazos, para
desprender de mi cofrecito la imagen de sus pecas interminables y de sus ojos hechiceros. Sin
embargo, aún conserva su dulce sabor el ayer que nos cruzó un magnífico paréntesis.
¿Seguirán pasando los años con su recuerdo estancado? ¿… de sus besos acalorados, de nuestras miradas estrelladas,
de las caricias sin descanso y de su abrigo a mi alma?
Sigo escarbando en el jardín de los recuerdos, y siento cómo
sus palabras me cobijan una vez más, cómo me arrojo de lleno a la ilusión de
sus besos, cómo junto en mis manos puñados de anhelos, cómo evoco su risa
burlona con el arrastre cordobés de las últimas sílabas. Y no puedo evitar sentir
una punzada muy dentro, como un arrebato de silencio, en el que ruego que exista una
máquina del tiempo para volver a vivir todo eso.
Y pienso:
Si cada una de las palabras que nos hemos dicho, aún hoy, dos años después, siguen llenas de significado en mi corazón, ¿por qué no corro a él? (En realidad, sé por qué).
Y al mismo tiempo, revelo el motivo que impide a las cenizas ser
apagadas; es porque sus ojos son los primeros que veo brillar cuando cierro las
ventanas del alma, y porque ningún paréntesis me ha obsequiado tanta dicha al saberme amada.
Entonces me acuerdo de la canción de Jeites que siempre canté pensando en Él.
"Él ya se va,
mirando hacia atrás.
La ve sonreír, no puede llorar, al menos existe
y se enamora de lo injusto y lo imposible,
Él volverá, la quiere abrazar,
me encanta cómo eres,
es tuya y de aquel, la historia perdida,
dos leoninos desfasados en el tiempo.
Quisiera creer, que se encontrarán,
en Mendoza o en Milán,
volver a nacer, en el 3000
o liberarse a este sentir,
¡Mírenlos bien! No van a caer.
Pues el mundo gira y girará
mientras ellos se miren con ojos inmortales,
y se sueñen enredados...
Perpetuados."
"Él ya se va,
mirando hacia atrás.
La ve sonreír, no puede llorar, al menos existe
y se enamora de lo injusto y lo imposible,
Él volverá, la quiere abrazar,
me encanta cómo eres,
es tuya y de aquel, la historia perdida,
dos leoninos desfasados en el tiempo.
Quisiera creer, que se encontrarán,
en Mendoza o en Milán,
volver a nacer, en el 3000
o liberarse a este sentir,
¡Mírenlos bien! No van a caer.
Pues el mundo gira y girará
mientras ellos se miren con ojos inmortales,
y se sueñen enredados...
Perpetuados."
Entonces concluyo lo siguiente y me dirijo a vos como si estuvieses leyendo esto: aunque que el acontecer será siempre una nebulosa flotando
en nuestras mentes, si hay algo de lo que estoy segura… es que viviré para
volver a verte.
Y el firmamento nos pillará compartiendo nuevos amaneceres.
Para que una vez más mis labios pronuncien el apodo que te
inventé con todo mi amor:
Cecé.
Soy Mc.-
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