Datos personales

Mi foto
Algunas veces soy eso que la gente dice, otras no.-

viernes, 8 de septiembre de 2017

3 de Septiembre

El mes de agosto iba llegando a su fin, mientras que yo huía mentalmente de lo que eso significaba. Pensaba: no quiero que se cumpla un año del peor día de mi vida.
Esa tarde del sábado 3 de septiembre, me encontraba una reunión del grupo juvenil de la Iglesia, cuando una chica dice: “Quiero pedir por Ignacio Maeder, que me acaban de avisar que tuvo un accidente”.
Yo no entendía nada.
Salgo al pasillo para llamar por teléfono, quizás mi mamá sabría algo. Sin tener idea de qué pasaba, una voz de alerta empezó a sonar en mi corazón, me heló la sangre y llorando, pude apenas articular: “Mamá, por favor, averiguá que pasó con Ignacio, me acaban de decir que tuvo un accidente”. Acto seguido llamo a Franco, que me confirma: “Tuvo un accidente jugando al rugby, le agarró un paro cardiorespiratorio en la cancha y lo llevaron de urgencia para operarlo. Es grave Mc”.
Y es verdad eso que dicen en las películas, cuando sucede lo inesperado, lo terrible, y un sentimiento de desolación te sacude por dentro: todo se desvanece.
La desesperación, la incertidumbre, la distancia hasta Rosario… cómo irme hasta allá para estar cuanto antes, para estar cerca tuyo. Todo era demasiado fuerte como para poder tragar saliva sin que me pesara. Nada me tranquilizaba, nada calmaba mi ansiedad, nada dispersaba las ganas de teletransportarme para estar al menos en el mismo edificio que vos.
Ese es el momento en el que uno se imagina lo peor. Es así. Nuestro mecanismo funciona para pensar en lo más terrible que pudiera suceder. Y yo, debo admitir, también lo pensé. No podía concebir la idea de que no formaras parte de mi presente, porque en todo lo que viví, estuviste vos. Una constante en mi vida era saber que a cualquier momento del día, podías caer a casa a visitarme, para estudiar, tomar mates, o simplemente charlar, hacernos de psicólogos, irnos por las ramas y nunca terminar de contar algo (nuestra especialidad), que me cocines porque yo no sé a cambio de vaciarme la heladera. Y que el irte a Rosario no había cambiado las cosas, ya que cada vez que venías para Resistencia esa costumbre se repetía. Charlas interminables por teléfono, cagadas a pedo, y un número importante de peleas boludas que, como buenos hermanos de distintas madres que somos, duraban menos que un suspiro. Esa es la vida que llevamos desde la adolescencia y de la que no me imaginaba prescindir.
Pero el miedo se apoderaba. El miedo y la incertidumbre. Sé que todos los que te amamos tuvimos el corazón en vilo durante esas horas, que parecían interminables. Temía perder esa parte fundamental de mi vida, mi mejor amigo, mi confidente, mi mitad, mi hermano. Recurrí a lo que más sé en momentos tanto felices como tristes, rezar. Aún tenía miedo, sí, esa parte tan humana y tan equivocada nuestra que a pesar de decir confiar en Dios, no lo hace; entendí entonces que ese miedo no se iría a desvanecer, sino que se trataba, únicamente, de confiar. Confié con mucha fuerza, y entendí entonces que Dios sabía qué hacer.
Recuerdo mi locura desenfrenada por irme, por tomar el próximo cole a Rosario. No me dejaron. Tuve que esperar hasta el lunes para verte. Recuerdo también que lloré todo lo que debía acá, para darte fuerzas al momento de verte. Y qué equivocada estaba, que quería darte fuerzas yo, y vos me las terminaste dando a mi. Después de la locura de esos dos días de tanto dolor, dudas, los más amargos y difíciles hasta ahora, en ese momento en que pude ver tus ojos llenos de luz, irradiando esperanza, fue cuando entendí todo.
Dijiste que ayer se cumplió un año de vida, y es así. Porque ese 3 de septiembre, en el que yo vi un accidente que me devastó, uno de los peores días de mi vida, vos -nuevamente vos- con tu grandeza, me hiciste dar cuenta que ese fue el día en que te salvaste. Ese 3 de septiembre fue el día que Dios te dijo: “hoy no, porque tenés tanto para dar a este mundo Ignacio, y vas a seguir acá por mucho tiempo más”.
Todos los días nos enseñás un poco más, a los que te amamos, y a los que no te conocen pero que les tocaste el corazón con tu fortaleza, con tu esperanza, con tu entrega y sobre todo, con tu amor.
¡Sos inmenso! No por algo te sienta tan bien el apodo “Torre”.

Te amo hermano. Sigue el aprendizaje, sigue la lucha. Pero que no te quepa duda, que de ella saldrás victorioso.


*Para Ignacio, de Mc.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario