Luego de trepar a los barrotes de la cárcel que las conducía
a un destino inevitable, nuestras miradas se encontraron. Ella, el rostro de
los oprimidos, cumplió su misión, pero le faltaba dar algo más: su vida para
convertirse en un plato de comida. Cuando sus labios alcanzaron mi botella de
agua, creí escuchar un
"gracias". Por un instante el amor la abrazó.
Soy Mc.-
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